abril 12

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Extracto del Libro Super Freakonomics De Steven D. Levitt & Stephen J. Dubner


En que se parece Al Gore, al monte de Pinatubo! 

El Calentamiento global es un problema espinoso como él solo.

Lo del monte Pinatubo fue la erupción volcánica más potente en casi cien años. A las dos horas de la principal explosión, las cenizas sulfúricas habían ascendido a 35 kilómetros de altura. Cuando termino la erupción, el Pinatubo  había descargado más de 20 millones de toneladas de dióxido de azufre en la estratosfera. ¿Qué efecto tuvo eso en el ambiente?

Pues resulto que la nube estratosférica de dióxido de azufre actuó como una especie de sombrilla, reduciendo la cantidad de radiación solar que llegaba a la Tierra. Durante los años siguientes, mientras la nube de polvo iba asentándose, la Tierra se enfrió medio grado centígrado por término medio. Una sola erupción volcánica prácticamente invirtió, aunque fuera de manera temporal, el calentamiento global acumulativo de los cien años anteriores.

El Pinatubo genero además otras externalidades positivas. Los bosques del mundo crecieron con más vigor, porque los arboles prefieren recibir luz solar un poco difusa. Y todo aquel dióxido de azufre en la estratosfera dio lugar a algunas de las puestas de sol más bellas que se han visto jamás.

Por supuesto, lo que llamo la atención de los científicos fue el enfriamiento global. Un artículo publicado en Science llegaba a la conclusión de que una erupción como la de Pinatubo cada pocos años <<contrarrestaría gran parte del calentamiento antropogenico esperado para el próximo siglo>>.

Para empezar, los científicos del clima no pueden hacer experimentos. En este aspecto, se parecen más a los economistas que a los físicos o biólogos, ya que su objetivo es deducir relaciones a partir de los datos existentes sin la posibilidad de imponer, por ejemplo, una prohibición de los coches (o las vacas) durante diez años.

La impresión inherente a la ciencia climatológica significa que no sabemos con certeza si el camino que seguimos llevara a un aumento de la temperaturas de    2 C o de 10 C. tampoco sabemos en realidad si un aumento pronunciado seria una simple molestia o el fin de la civilización que conocemos.

Este aspecto de la catástrofe, por remota que parezca, ha llevado el tema del calentamiento global al primer plano de la política pública. Si estuviéramos seguros de que el calentamiento impondría a un simple análisis de costos y beneficios. ¿Los futuros beneficios de reducir las emisiones  superan a los costos? ¿O será mejor que esperemos a reducir las emisiones más adelante, o incluso que contaminemos todo lo que queremos y simplemente aprendemos a vivir en un mundo más caluroso?

El economista Martin Weitzman analizo los mejores modelos climáticos existentes y llego a la conclusión de que el futuro presenta un 5 por ciento de posibilidades de que se  de una situación terrible: un ascenso de más de 10 C.

Por supuesto, hay mucha incertidumbre incluso en este cálculo de la incertidumbre. ¿Por qué deberíamos dar importancia a esta posibilidad relativamente pequeña de catástrofe mundial? 

El economista Nicholas Stern, preparo un informe enciclopédico sobre el calentamiento global para el gobierno británico, proponía gastar un 1.5 por ciento del producto interno bruto global cada año. Seria una factura de 1200 billones de dólares para combatir el problema.

Pero, como casi todos los economistas saben, la gente en general esta poco dispuesta a gastar un montón de dinero para evitar un problema futuro, sobre todo si su probabilidad es tan incierta. Una buena razón para esperar es que en el futuro podría tener otras opciones para evitar el problema que costaran muchos menos que las actuales.

Es comprensible, pues, que el movimiento para detener el calentamiento global haya adoptado las características de una religión. La creencia básica  es que la humanidad heredo un Edén inmaculado, ha pecado gravemente contaminándolo y ahora debe sufrir para que no perezcamos todos en un apocalipsis ardiente. James Lovelock, a quien se podría considerar un sumo sacerdote de esta religión, escribe en un lenguaje confesional que encajaría bien en cualquier liturgia: << Hemos hecho mal uso de la energía y superpoblado la Tierra […] Es demasiado tarde para el desarrollo sostenible; lo que necesitamos es una retirada sostenible>>. 

Lo de la << retirada sostenible>> suena un poco a hacer penitencia. Para los ciudadanos del mundo desarrollado en particular, significaría consumir menos, usar menos, conducir menos… y aunque es de  mala educación decirlo en voz alta, aprender a vivir con una despoblación gradual de la tierra.

Si el movimiento conservacionista moderno tiene un santo patrón, ese es sin duda AL Gore, ex vicepresidente de los EE.UU.,  y recientemente galardonado con el Nobel. Su película documental Una verdad incomoda convenció a millones de personas de los peligros del consumo excesivo. Desde entonces ha fundado la Alianza para la Protección del Clima, que se describe a sí mismo como << un ejercicio de persuasión de masas sin precedentes>>. Su principal manifestación es una campaña de servicio público de 300 millones de dólares titulada <<Nosotros>>, que exhortamos a los norteamericanos a cambiar su despilfarradoras costumbres.

Cuando la gente no se le obliga a pagar todos los costos de sus acciones, tienen pocos incentivos para cambiar de conducta.

Hasta James Lovelock estaba de acuerdo en esto: << Podría salvarnos –escribió- algún suceso inesperado, como una serie de erupciones volcánicas lo bastante fuertes para bloquear la luz solar y enfriar la Tierra. Pero solo los perdedores apostarían sus vidas con una probabilidad tan baja>>.

Ciertamente, puede que haya que ser un perdedor, o al menos un tonto, para creer que se puede persuadir a un volcán que escupa al cielo sus efluvios protectores a intervalos convenientes. Pero ¿y si algunos tontos creen que tal vez el Pinatubo pudiera servir como modelo para detener el calentamiento global? ¿La misma clase de tontos que, por ejemplo, pensaron hace tiempo que las mujeres no tenían que morir al dar a luz, o que el hambre en el mundo no estaba predestinada? Y ya puestos, ¿podrían de paso hacer que su solución fuera fácil y barata? Y de ser así, ¿donde podríamos encontrar a esos tontos? 

En una zona nada destacada de Bellevue, Washington, un suburbio de Seattle,.

Este último es una estructura sin ventanas y sin ningún encanto, de unos 1800 metros cuadrados, cuyo ocupante está identificado solo por una hoja de papel pegada a la puerta de cristal. En ella reza << Intellectual Ventures>>.

Intellectual Ventures es una empresa de inventos. El laboratorio, además de todo el equipo, cuenta con un grupo de cerebro de primera fila: todo tipo de científicos y solucionadores de problemas. Inventan procesos y productos y después solicitan las patentes, 500 al año. La empresa también adquiere patentes a inventores de fuera, desde empresas que figuran en la lista de Fortune hasta genios solitarios que trabajan en sótanos. IV funciona más o menos como una cooperativa privada, reuniendo capital para inversión y pagando dividendos cuando obtienes las patentes. En la actualidad, la empresa controla más de 20 000 patentes, más que cualquier empresa del mundo, con excepción de unas pocas decenas. Una versión más realista seria que IV ha creado el primer mercado masivo de propiedad intelectual.

Su jefe es un hombre sociable llamado Nathan, el mismo Nathan que conocimos hace poco, el piensa debilitar los huracanes sembrando en el océano neumáticos de camión con faldones. Si, ese aparato es un invento de IV. En la empresa lo llaman el sumidero Salter, porque hunde el agua cálida de la superficie y fue una idea original de Stephen Salter, un prestigioso ingeniero británico que lleva décadas trabajando para aprovechar la energía de las olas marinas.

El informe de la Academia planteaba también la posibilidad de lanzar deliberadamente dióxido de azufre a la estratosfera. La idea se le atribuía a un climatólogo bielorruso llamado Mijaíl Budiko. Después del Pinatubo. No cabía duda de que el dióxido de azufre estratosférico enfriaba la Tierra. ¿No sería mejor no tener que depender de los volcanes para hacer el trabajo?   

El calentamiento es principalmente un fenómeno polar esto significa que las zonas de alta latitud son cuatro veces más sensibles al cambio climático que el ecuador. Según los cálculos de IV, 100 000 toneladas de dióxido de azufre el año invertirían el calentamiento en el alto Ártico y lo reducirían en gran parte del Hemisferio Norte. 

Puede parecer mucho, pero en términos relativos es una nadería. Ya están pasando a la atmósfera por lo menos 200 millones de toneladas de dióxido de azufre cada año aproximadamente el 25 por ciento por los volcanes, un 25 por ciento por artefactos humanos como los vehículos a motor y las centrales de energía que utilizan carbón, y el resto por otras causas naturales como la espuma de mar.

Así que todo lo que se necesitaría para provocar un efecto a escala global seria una vigésima parte del 1 por ciento de las emisiones de azufre actuales, simplemente dirigiéndolas a un lugar más elevado de la atmosfera. ¿Cómo puede ser? La respuesta de Myhrvold: <<El efecto palanca >>.

De manera que la manta de Budiko podría contrarrestar el calentamiento global por un precio de 250 millones de Dólares. En comparación con los 1.2 billones de Nicholas Stern propone gastar cada año para combatir el problema, la idea de IV saldría prácticamente gratis. Costaría 50 millones menos detener el calentamiento global que lo que está pagando la fundación Al Gore solo para aumentar la conciencia pública acerca del calentamiento global.

Y aquí está la clave de la pregunta que planteábamos al principio de este capítulo: ¿Qué tienen en común Al Gore y el monte Pinatubo? La respuesta es que tanto Gore como el Pinatubo sugieren maneras de enfriar el planeta, aunque con métodos cuyas relaciones costo/eficacia están a un universo de distancia. 

Con esto no pretendemos desestimar las posibles objeciones a la manta de Budiko, que son legión. Para empezar, ¿funcionaria?

La evidencia científica dice que sí. Es básicamente una imitación controlada de la erupción del monte Pinatubo, cuyos efectos enfriadores fueron estudiados exhaustivamente y siguen sin ponerse en duda.

El argumento científico más sólido a favor del plan es, tal vez, el de Paul Crutzen, un científico holandés especialista en la atmósfera, cuya credenciales ambientalistas son aún muy extensas. Crutzen ganó el premio Nobel en 1995 por su investigación sobre el agotamiento del ozono atmosférico. Y sin embargo, en 2006 escribió un ensayo en la revista Climatic Change lamentando los <<tremendamente ineficaces>> esfuerzos por emitir menos gases de efecto invernadero y reconociendo que una inyección de azufre en la atmosfera << es la única opción existente para reducir rápidamente el ascenso de las temperaturas y contrarrestar otros efectos climáticos>>. 

Que Crutzen se pasara a la geoingenieria se considero tal herejía en el colectivo de los climatólogos que algunos de sus colegas trataron de impedir la publicación de su ensayo. ¿Cómo podía el hombre reverentemente conocido como << Doctor Ozono>> respaldar semejante plan? ¿No sería el daño ambiental mucho mayor que los beneficio? 

Otra objeción fundamental a la geoingenieria es que altera intencionalmente el estado natural de la Tierra. Para esto, Myhrvold tiene una respuesta simple:<<ya hemos geo alterado la Tierra>>. En solo unos pocos siglos, hemos quemado casi todo el combustible fósil que, para formarse, necesito 300 millones de años de acumulación biológica. En comparación con eso, inyectar un poco de azufre en la atmósfera parece bastante suave. Tal como dice Lowell Wood, el azufre ni siquiera es la sustancia óptima para un escudo estratosférico. Otros materiales de resonancia menos nocivas micro cuentas de plástico aluminizado, por ejemplo podrían formar una sombrilla aun más eficiente. Pero el azufre es la opción más atractiva <<simplemente porque tenemos la prueba del volcán de que es factible y, además, pruebas de que es inocuo.

A Wood y Mahrvold les preocupa que la manta de Budiko pueda servir de “excusa para contaminar”. Es decir, que en lugar de permitirnos ganar tiempo para crear nuevas soluciones energéticas, atraiga a la gente a la complacencia. Pero culpar a la geoingeniería de esto, dice Myhrvold, es como culpar a un cardiocirujano de salvar la vida de alguien que no hace ejercicio y come demasiadas papas fritas.

<<es un poco como tener aspersores contra incendios en un edificio, dice-. Por una parte, debes procurar por todos los medios que no haya un incendio. Pero también necesitas algo a lo que recurrir si el incendio se produce de todas maneras>>.  Igual de importante, dice, es que << te da un respiro para pasarte a fuentes de energía libres de carbono>>.

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